domingo, 11 de agosto de 2013

5. ANTIGÜEDADES MODERNAS

En el coleccionismo, se hace mención de las antigüedades modernas para referirse al interés arqueológico en la cultura material que mostraron los románticos, desde el siglo XVIII, y que les llevó a reunir objetos de la Edad Media y el Siglo de Oro . De esta manera, se distinguieron las piezas de esas épocas de las antigüedades griegas y romanas, para las que había otro tipo de coleccionistas.
Por otra parte, se ha acuñado el nombre "antigüedades contemporáneas" como categoría que conjunta los objetos producidos desde fines del siglo XVIII hasta la primera mitad del siglo XX, los cuales despiertan el interés de otro grupo de coleccionistas que andan a la búsqueda de las piezas de este período, además de que los objetos de época ya son parte de museos.
Tenemos que las fronteras entre estas tres categorías son difusas, lo cual resulta de las continuidades y las influencias que son comunes en la cultura material. Además, hay objetos que escapan a esta periodización, como los libros, aunque en algunas ocasiones se les pretende ubicar, o se les instala, en alguna de estas categorías.
Cuando habíamos conocido la existencia de esta distinción entre las antigüedades, las antigüedades modernas y las antigüedades contemporáneas y llegamos a comprender cómo funciona la misma en el mercado del coleccionismo, con sorpresa descubrimos otra noción de "antigüedad moderna" que fue consignada, a manera de un pequeño cuento, por Marco A. Almazán.
Libro donde viene Antigüedades modernas
Es tan curioso este relato de Almazán, que lo transcribo a continuación:
Nueva York – Sófocles Papadópulos es un comerciante griego propietario de una lujosa tienda en la Tercera Avenida, con la cual dice haber ganado más de un millón de dólares. Don Sófocles es nada menos que fabricante de antigüedades, giro que por lo visto deja muchísimo en los Estados Unidos.
-Viniendo del extranjero – me dijo el señor Papadópulos ofreciéndome asiento en una silla Chippendale, recién salida de su fábrica en Nueva Jersey- le asombrará a usted que me dedique a la fabricación de antigüedades, ¿no es verdad?
- Lo que me asombra es que no esté usted en la cárcel – le repuse-. Si en México se pusiera usted a fabricar y a vender ídolos mayas, o cerámica del Horizonte Preclásico de Chupícuaro, la tienda no le duraría mucho tiempo abierta, a menos, claro está, que tuviera usted influencias oficiales…
- Aquí tampoco, si no fuera porque advierto muy claramente que soy fabricante de antigüedades. En ningún momento lo oculto, ni al público ni a las autoridades. Lo malo sería que fabricase yo clandestinamente los objetos y después pretendiera pasarlos como antigüedades traídas de Oriente o de Europa.
- De cualquier manera – insistí -, ¿no está usted vendiendo imitaciones?
- ¡No, señor! Por eso advierto que soy fabricante original de antigüedades. En esta forma nadie puede llamarse a engaño. Y así complazco a un numeroso sector del público neoyorquino, al que le gustan las cosas modernas.
- ¿Incluyendo las antigüedades?
- Claro está. El pueblo norteamericano es un pueblo joven, pujante y vigoroso, amante del progreso y de los últimos modelos de todas las cosas. Sin embargo, al alcanzar determinado nivel económico, las normas sociales le exigen que tenga alguna antigüedad en su casa, como signo de cultura y refinamiento.
- Ya veo. Y naturalmente, la “antigüedad” moderna le sale más barata que la antigua.
- No siempre. Yo cobro mucho más por una antigüedad hecha de plástico, digamos una vajilla, que por una de porcelana de Sévres. El cliente paga por el valor utilitario de la pieza. La vajilla de plástico no se rompe así como así, y consecuentemente puede usarla las veces que le dé la gana y lucirla ante sus amistades. En cambio, la de porcelana… Tenga usted en cuenta que aquí los símbolos de cultura sirven principalmente para exhibirlos ante los vecinos, parientes y amigos. Y enemigos, como es natural. Pero si de paso puede sacárseles provecho, tanto mejor.
El señor Papadópulos se dirigió a un anaquel y bajó una delicada cajita de música.
- Mire usted que preciosidad. Austriaca, fines del siglo XVIII. Repare en la finura del decorado. Ábrala usted.
La abrí, y en vez de escuchar el clásico “minuet” que esperaba, oí el anuncio de un dentífrico muy popular. Dentro de la cajita estaba instalado un aparato de televisión en miniatura.
- ¿Qué le parece? – me preguntó sonriendo el señor Papadópulos -. ¿No cree usted que el cliente prefiere una antigüedad con televisión a otra sin ella? Además, las antigüedades que yo fabrico son más higiénicas.
- ¿Más higiénicas? – inquirí asombrado.
- Evidentemente. Mire usted por ejemplo esta momia egipcia, modelo AZ-567, que fabrico en celulosa. Puede usted instalarla con toda confianza en su departamento, con la seguridad de que está perfectamente desinfectada. En cambio una que viniese de alguna tumba faraónica… ¡Vaya usted a saber de lo que haya muerto! Convénzase usted: fabricación en serie, modernismo, utilidad, higiene… Siga estas normas en los Estados Unidos y se hará rico.
El periodista, escritor, humorista, guionista y diplomático Marco Aurelio Almazán (1922-1991) publicó esta historia en su columna humorística del periódico Excélsior, y luego la añadió a su libro Claroscuro (he tenido la 7a ed. de México: Jus, 1976), que vio la luz por primera vez en una edición del autor de 1967.
Lo más interesante de este relato es que hace mención no a una forma de coleccionismo, sino de consumismo: El comprador que busca un objeto con forma de antigüedad, de la época que sea, pero que cumpla dos requisitos:
  1. Que sea usable en la vida moderna.
  2. Que le sirva para exhibirlo como símbolo de cultura y refinamiento.
En este sentido, el concepto de antigüedad moderna que nos expone Almazán funciona conforme se puede observar en el siguiente gráfico:
Sentido de la antigüedad moderna, según el relato de Almazán
De esta manera, siguiendo las normas, considerando los símbolos que debe vehicular el objeto, y manteniedo los diseños antiguos se pueden fabricar de forma original antigüedades modernas, que incluso pueden ser de gran calidad. Al respecto, es preciso reiterar que este concepto de antigüedad moderna no corresponde con las nociones que llevan los coleccionistas.
No deja de ser curioso que todas estas ideas no funcionen para el libro, considerado como otro objeto, llegando incluso al punto de que un grabado o un ex libris que estén incluidos en un volumen tendrán un precio de mercado inferior que si los encontráramos sustraídos de ese volumen y ofertados por separado; o sea, como objetos sueltos.
Ni que decir de los facsímiles de los libros, que sólo en muy raras ocasiones podrán tener un valor igual o superior a su original.
Estas diferencias se podrán comprender mejor cuando reflexionemos sobre el posicionamiento y las valoraciones que el libro ha tenido a lo largo de la historia de la humanidad -tomando nota de que no se le ha considerado siempre como parte de la cultura material-, por lo que éste sigue siendo un campo abierto a la investigación y a las pasiones de todo tipo.

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